Aurea estaba en el suelo, consumiendose lentamente, y nadie parecía ver que su alma quería volar lejos de allí, que intentaba escaparse suspiro a suspiro. Intenté acercarme a ella y en cuanto lo conseguí nos protegí dentro de una bola de fuego. Hacía calor, tanto que sentí como se me ahogaban los pulmones, pero nada importaba. Cogí su mano, dispuesto a recibir su carga eléctrica pero no sentí el dolor característico y ella me miró sonriendo. Levanté la otra mano y le acaricié la mejilla desnuda y, otra vez, no sentí nada. La arrimé a mi pecho, con el miedo en los ojos por si esa falta de poder quería decir que se estaba muriendo. La escuché gemir y vi el veneno recorrerle las mejillas, transformado en lágrimas blancas como la misma nieve. Me asusté y la abracé más fuerte.
- Aurea, ¿puedes oirme? - No contestó, pero me miró con esos ojos que desataban tormentas en mi interior. - Cierra los ojos. Todo va a salir bien. Imaginate que estamos juntos en una de esas playas que tanto te gustan y no hay nadie más. Siente el viento cálido acariciarte el rostro y la arena recorrerte la piel, y mi dedo, y mis labios, y mis besos. ¿Lo sientes? - Ella volvió a abrir los ojos con cuidado. - Te quiero y no puedes dejarme aquí solo. Tienes que ser fuerte, como siempre.
Pero sus latidos se iban devilitando a si que hice la única cosa que se me ocurrió en ese momento...
La besé, entregándole mi corazón y mi alma. Y mi vida, solo para ella.
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Me ha gustado mucho, expresas mucho con tus palabras :)
ResponderEliminarCon ese beso seguro que se llenó de vida (:
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