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No puedes imaginar cuanto te quiero, ahora los relojes pararán. acercándote a mi pelo, y tu mirada otra vez...

sábado, 31 de julio de 2010

La vida se le escapó entre los dedos, y yo no pude hacer nada para salvarla.

Aurea estaba en el suelo, consumiendose lentamente, y nadie parecía ver que su alma quería volar lejos de allí, que intentaba escaparse suspiro a suspiro. Intenté acercarme a ella y en cuanto lo conseguí nos protegí dentro de una bola de fuego. Hacía calor, tanto que sentí como se me ahogaban los pulmones, pero nada importaba. Cogí su mano, dispuesto a recibir su carga eléctrica pero no sentí el dolor característico y ella me miró sonriendo. Levanté la otra mano y le acaricié la mejilla desnuda y, otra vez, no sentí nada. La arrimé a mi pecho, con el miedo en los ojos por si esa falta de poder quería decir que se estaba muriendo. La escuché gemir y vi el veneno recorrerle las mejillas, transformado en lágrimas blancas como la misma nieve. Me asusté y la abracé más fuerte.
- Aurea, ¿puedes oirme? - No contestó, pero me miró con esos ojos que desataban tormentas en mi interior. - Cierra los ojos. Todo va a salir bien. Imaginate que estamos juntos en una de esas playas que tanto te gustan y no hay nadie más. Siente el viento cálido acariciarte el rostro y la arena recorrerte la piel, y mi dedo, y mis labios, y mis besos. ¿Lo sientes? - Ella volvió a abrir los ojos con cuidado. - Te quiero y no puedes dejarme aquí solo. Tienes que ser fuerte, como siempre.
Pero sus latidos se iban devilitando a si que hice la única cosa que se me ocurrió en ese momento...
La besé, entregándole mi corazón y mi alma. Y mi vida, solo para ella.

2 comentarios:

Sí, será un día lluvioso y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo. Podemos rezar para que salga el sol, pero eso no parará la lluvia. Puedo ser tu refugio hasta que termine, por favor no pares la lluvia. Déjala caer, déjala caer, déjala caer. Por favor, no pares la lluvia.